Durante la década de los ochenta, los británicos Judas Priest estuvieron jugando con diferentes tipos de música. Si bien no se alejaron de su heavy metal característico, se sintieron atraídos por las modas del momento y había una sensación de pérdida de rumbo. No fue sino hasta el inicio de la década siguiente que el barco vio una clara dirección: el regreso a las raíces. ¿De qué manera? En la forma de un álbum demoledor como lo es “Painkiller”, que trajo consigo al baterista Scott Travis y, con ello, una de las intros más icónicas de la historia del heavy metal. Sin embargo, este hecho comenzó a gestarse en los años de “Screaming For Vengenace” (1992).
Luego de la salida de su octavo disco de estudio, los oriundos de Birmingham se embarcaron en una gira para promocionarlo. Luego de un concierto en la ciudad de Hampton, Virginia, en Estados Unidos, el guitarrista Glenn Tipton fue a un bar cercano al hotel donde se alojaban y fue encarado por un fan. Este le pidió unos autógrafos, a lo que Tipton accedió, notando que estaba firmando fotos del set de batería del agasajado. Este había sido el primer contacto que tuvo Scott Travis con la banda.
No fue sino hasta 1989, cuando Dave Holland dejó vacante el puesto de baterista, que Travis volvió a tener una nueva oportunidad. En noviembre de ese año, luego de una larga trayectoria con Racer X, viajó a España para audicionar para la banda. A partir de ahí, la historia se cuenta sola: se convirtió en el nuevo dueño de las baquetas de Judas Priest, además de haberse convertido en el primer estadounidense en formar parte del grupo.
Travis fue seleccionado por Ian Hill y compañía gracias a la habilidad para manejar el doble bombo que tanto buscaban para el nuevo disco, cuya grabación comenzó en enero de 1990. En el estudio Miraval de Niza, Francia, la nueva incorporación de los ingleses se dio el lujo de jugar y experimentar para dar vida a lo que es uno de los solos de batería más reconocibles. Lo más increíble es que esa serie de golpes se suponía que era simplemente un calentamiento para empezar a grabar, pero al productor Chris Tsangarides y al resto de la banda les encantó tanto que lo mantuvieron en la mezcla final.
La canción de casi seis minutos y medio se terminó convirtiendo en uno de los mayores hits de la historia de la banda y del metal. El himno que cuenta la historia del Painkiller, el personaje que se ve en la portada del disco del mismo nombre, sirvió para darle la bienvenida nuevamente a la vieja y arrolladora época del conjunto. Tal es la importancia de la canción que forma parte de todos los conciertos de la banda. La leyenda del “mitad hombre, mitad máquina” tiene asegurado un lugar en la inmortalidad. “Painkiller” trascendió su concepción inicial para convertirse en un hito del heavy metal. La canción revitalizó a Judas Priest y se estableció como un clásico atemporal que sigue resonando con fuerza en la escena musical.